Creo, quiero creer, que ella quiere, sencillamente, más vida. Que su mejor consuelo es invitarme a completarla. A completar su historia. A que recreándola a ella, cree también para mí más Historia. Resulta extraño lo bien que he llegado a conocerla: he imaginado sus orígenes, los cuentos que le fueron contados siendo niña, los paisajes del Marte lejano en que fue criada, su juventud, la historia de su amor, y la de su hija perdida; la manera en que, por amor, crió al hijo de otra mujer; su horror ante la guerra; la lealtad para con su pueblo; y finalmente, su propia muerte. Dí forma a sus fantasmas, a sus ilusiones, copié y volví a copiar de los más diversos modelos (como el ADN de la vida, el escritor es al final un replicador del ADN de las Ideas, de esas que Jung creía eternas y que según Whitman vuelan en el vacío y a veces estallan en riada multicolor de flores desconocidas).
Así que mi hija me quiere, y quiere más Vida, y más Historia. Quiere vivir más y que este punto que se ha trazado sin saber muy bien por qué en mi vida sea para ella y a través de ella para mí, un punto y aparte.
Hay tanto que no se ha contado todavía...