Cuaderno de Bitacora - Notas y Actualizaciones al Portal de la Bruja

Thursday, October 20, 2005

Creo, quiero creer, que ella quiere, sencillamente, más vida. Que su mejor consuelo es invitarme a completarla. A completar su historia. A que recreándola a ella, cree también para mí más Historia. Resulta extraño lo bien que he llegado a conocerla: he imaginado sus orígenes, los cuentos que le fueron contados siendo niña, los paisajes del Marte lejano en que fue criada, su juventud, la historia de su amor, y la de su hija perdida; la manera en que, por amor, crió al hijo de otra mujer; su horror ante la guerra; la lealtad para con su pueblo; y finalmente, su propia muerte. Dí forma a sus fantasmas, a sus ilusiones, copié y volví a copiar de los más diversos modelos (como el ADN de la vida, el escritor es al final un replicador del ADN de las Ideas, de esas que Jung creía eternas y que según Whitman vuelan en el vacío y a veces estallan en riada multicolor de flores desconocidas).

Así que mi hija me quiere, y quiere más Vida, y más Historia. Quiere vivir más y que este punto que se ha trazado sin saber muy bien por qué en mi vida sea para ella y a través de ella para mí, un punto y aparte.

Hay tanto que no se ha contado todavía...

En la realidad, el emperador Septimio Severo, en el que se inspira el personaje del Canciller, tuvo un momento parecido, que los historiadores han descrito como que, "cuando lo tuvo todo, vio que todo era nada". Parece que la energía y el ingenio puestos en juego para la conquista del poder, se transformaron, una vez alcanzado éste, en una suerte de melancólico resentimiento, presto a la venganza pero no a la acción de gobierno que se hubiese podido esperar. Algo parecido al Invierno de Capua de Tiberio.

¿Es posible encontrar algún acontecimiento de significado parecido pero de signo contrario, positivo esta vez? Difícil pregunta.

Esta tarde, mientras comía, no lejos de aquí, Elaine vino a verme. Pude sentirla, titubeante en el umbral, buscando la mirada de su padre. Es bueno que los hijos acudan, entre temerosos y desafiantes, a consolar al padre en los malos momentos. Ella, posiblemente mi más querida hija, al menos la que, en el cuadro general de "Estrellas..." representa el freno de la Humanidad frente a las representaciones, con diversos rostros, del miedo y de la decadencia. Ya dije que todo es símbolo.

En la Historia del II Imperio, que constituye el ásunto fundamental de "Estrellas de Cristal", sí que existe un acontecimiento clave que pdoruce ese efecto: la muerte de la hija del Canciller Yahvé. Es ese momento, unido al fracaso de la búsqueda de vida inteligente en el Sistema Solar, lo que lleva al Canciller a la idea, al sentimiento, de una irremediable y progresiva decadencia del orden establecido, que adquiere caracteres trágicos y que culminará con el fin de la Civilización tal como ésta, en mi mundo imaginado, había sido concebida.

Naturalmente todo esto es un símbolo. Como todo el resto del relato, un símbolo de símbolos. Estrellas de Cristal es una exploración psicológica dentro de mí mismo y dentro de mi historia personal así como el reflejo de personajes y acontecimientos ajenos a mí.

Este acontecimiento, dentro de la lógica del relato, no supone el Fín de los Días: aún habrá días y habrá acontecimientos. Lo trágico, lo horrible, es que, al menos de manera subjetiva, sí supone, para el Canciller, el Fín de la Historia. O por decirlo de otro modo, él sabe que aún habrá días, que aún habrá vida, y por tanto geografía vital, pero a partir de ese momento, para él, y para el conjunto del universo como reflejo de su mente y de su corazón, ya no habrá más Historia. La muerte de su hija supone que de facto la Historia se ha detenido, y ya no puede ofrecerle nada nuevo. A la pregunta de Marco Aurelio sobre qué puede ofrecernos de nuevo el amanecer, la respuesta es ahora no un esperanzador "colores, luces, gentes" sino el silencio de las estrellas.

Creo recordar que era C. S. Lewis, en el texto que escribió tras la muerte de su esposa, "Una pena en observación" (A grief observed), magníficamente trasladado a la pantalla por Richard Attenborough en su "Tierras de penumbra" (Shadowlands), el que reflexiona sobre si un amor puede ser tratado, retrospectivamente y en el campo de la memoria personal, más como una cuestión de geografía (lugares, miradas, caricias, palabras) o como de historia, del qué y/o por qué sucedió, ésto o aquello.

A propósito de lo cual reflexionaba yo el otro día acerca de la diferencia que existe entre el Fin de la Historia y el Fín de los Días, o por mejor decir, si es posible o no que exista, al menos en una cierta faceta de la vida, que no es una línea recta en ningún caso, sino una multiplicidad de espirales entrelazadas, tal como yo la concibo y en general como la concebía Nietzsche (lo que nos permite aceptar la idea del Eterno Retorno, y por otra parte incluso el determinismo, ya que las espirales pueden estar, dentro de la posibilidad de rectificación y de vuelta a desandar lo andado que ofrecen, confinadas en unos límites, en unos lugares geométricos, que en función de las circunstancias personales, educativas o genéticas, pudieran no ser traspasados) un cierto acontecimiento a partir del cual podemos aceptar el hecho de que deetrminadas puertas se han cerrado para siempre, de que determinados acontecimientos, las más de las veces por voluntad propia o por ajena imposición, no van a volver a repetirse.