Cuaderno de Bitacora - Notas y Actualizaciones al Portal de la Bruja

Wednesday, December 08, 2010


RECUERDO DE LAS VIEJAS CANCIONES


Muchas veces el recuerdo de una novela, la manera especial en que personalmente nos acompaña el recuerdo de su lectura, tal vez lejana en el tiempo, puede venir condicionado únicamente por una sola frase, o por las palabras que describían a tal o cual personaje en una determinada situación; o por alguna de las dedicatorias, o por un poema incluido en ellas o insertado dentro del mismo texto del libro. Del mismo modo puede suceder con la música en relación con con la impresión que pudo dejar en nosotros determinada película, con la manera en que al cabo de los años la recordemos.


Vi por primera vez 'The Flight of the Wild Geese' siendo apenas un niño. Un grupo de mercenarios británicos, viejos soldados de fortuna casi al borde de la jubilación, decide tomar las armas una vez más para intentar el rescate de un líder africano encarcelado por un tirano de los que crecieron como hongos tras la descolonización de los sesenta. Una película no demasiado buena (aunque con un elenco de primeras figuras del cine de la época, encabezado por Richard Burton) que sin embargo ha quedado grabada en mi memoria por la canción que le daba título. Joan Armatrading cantaba al desengaño de una África que apenas había nacido a la libertad para casi inmediatamante caer en el desastre. La voz de Armatrading, llena de lirismo, de melancolía, de serena desesperanza, se preguntaba qué más se podía hacer, en unos minutos de la que entonces me pareció la más hermosa y triste canción que nunca había escuchado.




Me ha sucedido así en varias ocasiones, y de alguna manera el cine me parece haberse convertido en el refugio de algunas viejas canciones olvidadas, como si pudieran hallar en él un cierto abrigo o refugio, desde el que sembrar un recuerdo en nuestra memoria en el que seguir manteniéndose vivas mucho después de que la película haya terminado y las luces hayan vuelto a la sala de cine. En los últimos años he tenido esta sensación en un par de ocasiones. Recuerdo especialmente al escritor interpretado por John Kusack en 'Room 14-08', trasunto del Stephen King en cuyo cuento está basada la película. Todos los que hayan compartido el momento de espanto en que aquella funcional radio en la mesilla de noche parece cobrar vida propia, mientras las luces de la habitación empiezan a fluctuar, y de pronto y a todo volumen suena We've only just begun to live de The Carpenters (posiblemente en homenaje a la película de John Carpenter En la boca de miedo en la que se escuchaban unos acordes en la escena inicial) no podrán olvidar tan fácilmente como una letra aparentemente anodina puede cobrar un nuevo significado totalmente fresco y en este caso aterrador, en manos de una buena puesta en escena.




Como ningún espectador que haya presenciado El Asesinato en la Escalinata de los Cuarenta Peldaños, una de las más brillantes secuencias del por otro lado sorprendente y hermosísimo cine policíaco moderno coreano, que te deja sencillamente con la boca abierta en la butaca, podrá nunca olvidarse de ese ejecutivo elegante y discreto que se dispone a atravesar con su paraguas y su maletín el aguacero hasta su coche, mientras se acerca a él un hombre con un impermeable marrón, unas gafas de lentes oscuras y pequeñas, una katana, y el gesto más infinitamente sereno y triste del mundo, personificación del mismo corazón del Destino, mientras de fondo suena el You're my Holyday de los Bee Gees




Viejas melodías, viejos compases melancólicos o románticos, antiguos poemas reinterpretados de forma sorprendente y magistral, ejemplos vivos de que el arte no es un inmóvil museo de reliquias sino algo vivo y en marcha, un prisma dotado de facetas infinitas. Como dotado de infinitas y pequeñas, discretas, variaciones, se conforman el bien y el mal al interrelacionarse entre sí en el polvoriento tablero de la lealtad y la traición. Cualquiera que como yo viese de niño la brillante serie de televisión de la BBC, 'Tinker, tailor, soldier, spy' adaptación de la novela El Topo de John Le Carré, recordará para siempre la mirada del escéptico y solitario Smiley interpretado por Alec Guinness. Y recordará la banda sonora de la serie, y las imágenes de la muñeca rusa de infinitos rostros uno dentro y detrás del anterior que abría cada capítulo. Pero en especial habrá de recordar los títulos finales de crédito, y la hermosísima canción (versión moderna de la Nunc Dimittis latina) que los acompañaba. Tras asistir cada semana a un paso más en la elaborada intriga de espionaje, en la lucha sórdida entre los servicios secretos de ambos lados del telón de acero, al final de cada capítulo veíamos un pedacito de cielo entre las torres de las iglesias de lo que hubiera podido ser Oxford o Cambridge, los paisajes en los que se había formado aquella alma del viejo Smiley, vagando en el oscuro mar de las pasiones humanas intentando no hundirse en él.



Un Gloria al Padre y al Hijo y al Espirítu era recitado con dulzura por una voz de otro lugar, que parecía decirnos que al final, el Hombre encontraba como cada atardecer su descanso en mitad del Jardín. Y el Bien, y el Mal, encontraban su sentido.


LA DINÁMICA DEL GOLPE DE ESTADO

En la madrugada del sábado del puente de diciembre, solamente una cadena de televisión apoyó el intento de bloqueo del espacio aéreo español causada por el sabotaje de los controladores aéreos apenas 23 horas antes. La misma cadena de televisión que había clamado al cielo en contra de la Huelga General de septiembre. En este caso, sin embargo, cuando se trataba de defender no el derecho de los trabajadores a una indemnización por despido, ni el de los ancianos a una pensión digna, sino el sueldo escandaloso obtenido por una minoría soberbia situada por gobiernos irresponsables en una situación privilegiada de monopolio, se defendió, y ardorosamente, el todo vale -hasta causando la ruina nacional- con tal de dañar al Gobierno. Por suerte, la dinámica del golpe de Estado es demasiado compleja y sutil.

LAUDATE OMNES GENTES

Al final, la imagen que me ha quedado como más representativa de lo que fue la Huelga General del pasado mes de Septiembre fue la fotografía que publicó El Mundo, en la que se puede ver a una sindicalista tratando de arrojar unos folletos de propaganda hacia el interio del establecimiento de El Corte Inglés en Valladolid, a través de una fila de miembros de la Policía Nacional. Tal y como nos lo había pintado tantas veces la literartua cyberpunk, la huelga fue la demostración palpable de las fuerzas reales que mueven nuestro mundo actual: las policías se dedican a mantener el orden alrededor de los grandes centros comerciales, más incluso que en los polígonos industriales. Son las Marcas, con mayúscula, las que mueven el mundo, de manera mucho más fría y dura de lo que nos habíamos imaginado, brillantes logotipos comerciales de carácter multinacional, que han sustituido a la antigua heráldica de los apellidos y las naciones. Unos símbolos nuevos, alrededor de un nuevo ídolo, El Mercado, el Moloch allenginsberiano al cual en el curso de los últimos meses se le han ido sacrificanco, como ovejas conducidas al matadero, Grecia e Irlanda, y en cuyo nombre estamos a punto de hipotecar el resto de los europeos todos los logros sociales tan duramente adquiridos a lo largo de siglos. Unos símbolos nuevos tras lo que se ocultan los nombres y apellidos de los nuevos fantasmas que rigen el mundo, cada vez mas borrosos e irreales a medida que sus propias creaciones parecen adquirir vida propia. Al final, la tierra que hizo nacer los principios artísticos y filosóficos sobre los que se ha construido una civilización; y aquella otra que exportó al mismo FinisTerre lo más hermoso y puro del alma celta, no son sino objeto de mercado, solares, tienda de baratijas, y las almas de sus ciudadanos parecen las más baratas de las mercancías en venta.

Decía Hegel que por encima del orden de los afectos, en el que nos relacionamos con nuestra familia y aquellos a quienes amamos; y por encima de la sociedad civil, en la que nos relacionamos con los demás de manera mercantil, y que ha ido engordando paulatinamente como un cáncer, hasta inundarlo todo, hay, o debería de haber, un último orden en el que se pudiera desenvolver con total libertad el verdadero espíritu de las naciones. Pudo ser el Estado, aunque no éste, esclavo de los especuladores de la Bolsa. Un ámbito en el que gentes tan diversas pudieran reconocerse, identificadas en algo superior a ellas. No sé si la Huelga General servirá para algo o no habrá sido sino el último lamentable y fingido aspaviento o saludo de unos y otros antes de caer por fin el oscuro y silencioso telón. Pero por una vez la mañana era diferente, y los hombres soñaban con hacer Historia; ondeaban al viento banderas que hablaban de pólvora y sangre, pero no de la pólvora usada para atacar sino para defender aquello que es sagrado, y la sangre que brillaba al viento era la de las propias heridas, aquellas con las que se consigue un futuro mejor para los que vienen detrás de nosotros. Y muchos hombres y mujeres en aquellas horas se dieron cuenta de a donde nos llevaba una politica ruín y suicida de un gobierno que se había olvidado o había vendido su alma en un sucio callejón. Fueron horas extrañas, y alegres; por un momento éramos casi un Pueblo de nuevo.