LLANTO POR LA TIERRA AMADA
A propósito de la reciente declaración de tregua de ETA, los periódicos publicaron diversos comentarios, monográficos y especiales sobre la banda y su historia. A mí me impresionó, sobre todo, el contraste entre la fotografía de la ETA político-militar -los polimilis- que cesó su actividad armada cuando todos debieron hacerlo, a finales de los años 70, y la fotografía del trío protagonista de la reciente declaración de tregua. En la primera, un grupo de hombres normales, serios, firmes, conscientes de sus actos y de la repercusión de los mismos, para bien o para mal, vestidos de calle, con la cara descubierta, bajo una fotografía de sus líderes. En la segunda, tres malvados de cómic, cubiertos con una capucha negra y tocados por una boina ridícula, en un marco cuidadosamente pensado para la televisión, entre banderines, escudos y estandartes. Esa es la diferencia. Entre los gudaris y los matarifes. Lo que hemos ido perdiendo estos años, la inmensa ciénaga de sangre y vísceras en las que nos hemos ido metiendo gracias al buen hacer de gente como Arnaldo Otegui, ese hitler cateto desprovisto de gracia (nunca llegará a su sueño de convertirse en Gerry Adams, con esa elegancia que tiene el bueno de Gerry, como de joven de buena familia nacido para aprobar oposición a notarías) , y sus entierros con jovencitas en traje regional danzando alrededor de los féretros de los muchachos inexpertos a los que él y su calaña enviaban a poner bombas por las calles de Euzkadi, a falta de hombres hechos y derechos y de valor para ir él y ellos en persona a ponerlas. La historia del nazismo rediviva (papel de la iglesia incluido, recordemos aquella hermosa carta de adhesión inquebrantable al Führer con la firma de los obispos austríacos la noche de la Anexión) pero encarnada en títeres, en figuras de cuento, en malos de novelita de kiosko, en personajes de película norteamericana de vampiros de serie Z. Cuánto sufrimiento para nada, en una tierra tan hermosa.
