Cuaderno de Bitacora - Notas y Actualizaciones al Portal de la Bruja

Wednesday, April 29, 2009


LA DESAPARICIÓN DEL VUELO 412

En el casi desconocido telefilme de 1974 The Disappearance of Flight 412 el director Jud Taylor plantea, en pleno auge de la moda de los OVNIS, la posibilidad de que los tripulantes de un avión de combate de las Fuerzas Aéreas estadounidenses, tras un encuentro con un platillo volante, sean conducidos hasta las instalaciones semiabandonadas de una vieja base aérea en medio del desierto y sometidos a un interrogatorio por miembros del servicio secreto como parte de una investigación dirigida a esclarecer lo sucedido.

Sin embargo, y bajo este planteamiento de aparente película de ciencia ficción, se esconde la carga de profundidad de una profunda crítica a los métidos empleados por ese servicio secreto del gobierno (Digger Control como se denomina en la película). En realidad, el tema OVNI, por más que la película insista en él en las últimas escenas, es sólo una excusa. Los protagonistas absolutos son la sordidez del interrogatorio; los barracones perdidos en medio del desierto; la manera de retorcer el lenguaje y la misma verdad ("Pero ustedes no vieron en realidad el avión: sólo luces en el radar; no vieron cosas, sólo luces"); las horas interminables a lo largo de toda la noche en que los inquisidores, presentados por otra parte como gente de aspecto siniestro y vulgar a un tiempo -llegan a la base portando bocadillos y cervezas en unas fiambreras- llevan a cabo su tarea hasta destrozar los nervios del grupo de 4 pilotos.

En este oscuro telefilme de serie B está, bien mirado, todo lo que vendría después: los vuelos ilegales de los aviones de la CIA transportando prisioneros; las prisiones secretas; las torturas más salvajes presentadas como "técnicas de interrogatorio agresivo" por los informes del infame Donald Rumsfeld; todo aquello, en definitiva, que la opinión pública mundial tuvo que presenciar, atónita, a lo largo del proceder del ejército estadounidense en la Guerra de Irak.

Con un estupendo David Soul en uno de sus primeros personajes protagonistas, y un maduro Glenn Ford, la película se hace moralmente pesada. Difícil de soportar. Desagradable. Un mal olor, una conciencia de estar asistiendo a un espectáculo de profunda bajeza, se va apoderando del espectador a medida que acompaña el interrogatorio de los pilotos, que no es tal, sino solamente el intento de acallarlos y de hacer que se convenzan a sí mismos de que es mejor olvidar todo lo que han visto, aunque este objetivo se lleve a cabo sin emplear la violencia, "algo que yo nunca haría, señor" como le dice el oscuro Mayor Trottman, responsable del grupo de inquisidores, a sus superiores: preciso y precioso apunte del director, que precisamente nos está diciendo aquello que tal vez no convenía decir en un telefilme de 1974: que en una situación real, eso es precisamente lo que se haría.

Como le dice el personaje de Glenn Ford a uno de los generales al defender éste los interrogatorios y la intimidación de los testigos en aras de la seguridad nacional: "Pero... ¿qué estamos creando?". Es posible que aquella América de los primeros 70, tras la muerte de los dos Kennedy, de Martin Luther King, el apoyo a Pinochet, el incipiente Watergate, la resaca de los dorados años 60, el estancamiento en Vietnam, los bombardeos sobre Camboya, precisamente estuviera, como dice Ford, creando una nueva criatura. Que nosotros, 30 años más tarde, hemos visto crecer.