Cuaderno de Bitacora - Notas y Actualizaciones al Portal de la Bruja

Sunday, March 27, 2011


KILLING EMMETT YOUNG

A Emmett Young, detective de homicidios de la policía de Philadelphia, le diagnostican un cáncer que acabará con él en pocas semanas. Temeroso del final doloroso que le espera, y tras conocer en un bar a un hombre que le ofrece actuar como intermediario en una salida aparentemente más digna, la de morir de un sólo golpe, Emmett Young contrata los servicios de un asesino profesional para que acabe con él pasada una semana, plazo en el que piensa que podrá concluir su investigación sobre un asesino en serie que está a punto de atrapar.


Sin dejar de ser un thriller interesante y que te engancha desde la primera escena, la película de 2003 del director Keith Snyder resulta mucho más que eso. Emmett Young es un detective mediocre, volcado en su caso como salida a una vida personal desastrosa (ha roto con su novia y se dedica sólo al trabajo). El intermediario (genial Gabriel Byrne) que se presenta como un ex-agente del FBI es en realidad un abogaducho fracasado, ex-convicto que va sobreviviendo de pequeña estafa en pequeña estafa. El supuesto asesino a sueldo profesional es un patético vigilante de seguridad, expulsado de la policía por haber pegado una paliza a un compañero. Es este hombre, maravillosamente interpretado por Tim Roth, el que marca la pauta de toda la película, cuando le vemos en su apartamento apenas sin muebles, lleno de trastos viejos y basura por todas partes; o tratando de imitar los ademanes de Young, intentando parecer un policía de verdad, algo que nunca ha sido. "Si hubieses nacido para hacer algo importante ¿no crees que a estas alturas no lo habrías logrado ya?"


Película sobre la soledad, sobre hombres que vuelven a su casa sólos en la noche; película sobre el fracaso asumido con terror y súbitamente por este Emmett Young, que le dirá llorando a su médico "Doctor, yo no he logrado nada importante en mi vida" cuando este le pregunte si tiene amigos o alguien en quién confiar para enfrentarse mejor al cáncer; y de manera mucho más estoica y serena por el patético personaje interpretado por Roth, consciente en todo momento, a pesar de los vestigios de su pasada formación policial, de su ridícula mediocridad.


Película sobre el balance vital de la madurez, cuando este resulta dolorososamente negativo. Retrato de tres personajes huecos, de tres pobres desgraciados cuyos destinos se entrecruzan por una dolorosa (y encima, equivocada) casualidad. Al final será el personaje interpretado por Roth el único que sobresalga del conjunto y se redima, por anteponer a su propia vida el único sentimiento realmente valioso de su precaria existencia, el amor a algo superior a sí mismo, a lo que le hubiera gustado dedicarse, la profesión de policía.




INFIERNOS EN LA TIERRA

Tras los primeros títulos de crédito, vemos como un general del SAC (Strategic Air Command) sube a su puesto en un avión-centro de telecomunicaciones. Con varios especialistas de su tripulación rodeándole, se sienta, le ofrecen una taza de café, y comienza a leer varios informes sobre posiciones de submarinos cerca de las costas de Estados Unidos. Es un hombre jóven, vestido, como todos los que le rodean, con uniforme de piloto. Su gesto es profesional, pero hay algo de escepticismo, de cansancio, de asumida resignación. El avión despega y vemos como sobrevuela un hermoso paisaje de campos cultivados y granjas.

Eestas pasadas semanas en las cuales las noticias protagonistas de todos los informativos han sido la crisis nuclear en Fukushima y el estallido de la guerra civil en Libia, conflicto en el que una vez más y con gran entusiasmo, hemos ofrecido nuestros aviones para participar en el bombardeo de los objetivos que fijen Francia y Gran Bretaña, he tenido ocasión de volver a ver la película de John Meyer The Day After cuya emisión en 1983 por la cadena de televisión norteamericana ABC produjo un verdadero impacto en la opinión pública estadounidense en contra de la carrera armamentística y la política de la Guerra Fría. Se ha escrito mucho sobre esta película, desde aquellos comentarios que alababan su carácter humanístico y su clara y concisa expresión del horror de la guerra y muy especialmente de la sinrazón de la escalada nuclear, hasta aquellos otros que la vieron como un instrumento propagandístico de la política Reagan / Gorbachov, destinada a atemorizar a los pueblos norteamericano y soviético pero no el uno contra el otro, como se había hecho hasta ese momento, sino tratando de poner de relieve el desastre de una confrontación bélica entre ambas potencias, de modo que el acercamiento entre ambos gobiernos y el desplome del estado soviético especialmentem fuera mejor asumido por todos. En cualquier caso, vista hoy, la pelicula resulta todavía muy hermosa. Usando el sistema utilizado en los best-sellers de los 70, se nos presenta a un grupo de personajes de los que se nos van contando los pequeños entresijos de su existencia cotidiana, mientras que, en paralelo, el desastre se va construyendo poco a poco, hasta que asistimos al estallido de la guerra y vemos como afecta el ataque nuclear a las vidas de los personajes que hemos ido conociendo. Jason Robards como el doctor Russell Oaks, y muy especialmente John Cullum (posteriormemte famoso por la teleserie Doctor en Alaska) que imprime a su personaje del granjero Jim Dalhberg una impresionante dignidad, junto a un gran número de actores y actrices más o menos conocidos del momento, nos van presentando el drama de un ataque nuclear contra la ciudad de Kansas City y las semanas siguientes, con medio Estados Unidos convertido en un yermo páramo radiactivo (como quedarán los 3o kilómetros alrededor de Fukushima). La película está narrada con un estilo clásico y lento; las imágenes son bellísimas, y a pesar de haber envejecido mal los efectos especiales, algunos de los cuales resultan hoy un tanto infantiles, el conjunto de toda la narración está dominado por un sentimiento de serenidad que a veces alcanza el techo de la mejor tragedia clásica.

Resulta trágico comprobar la alegría y facilidad con la que nuestros gobiernos nos embarcan en guerras absurdas. Nauseabundo escuchar las opiniones, leer los artículos en los que se maximiza o se minimiza la realidad de la guerra o del desastre nuclear, según sirve el político o el periodista de turno a unas u otras posiciones. Resulta trágico constatar cómo el ser humano, único entre todos los animales, es capaz de construir infiernos en la Tierra.