Cuaderno de Bitacora - Notas y Actualizaciones al Portal de la Bruja

Tuesday, June 30, 2009



LOS VIEJOS HÉROES NUNCA MUEREN

Un tanto eclipsados por el fallecimiento de Michael Jackson, se nos han ido en estas últimas semanas dos viejos héroes del cine/televisión de serie "B" de los años 70, Farrah Fawcett y David Carradine, éste último puesto de moda de nuevo por el éxito de las películas de Quentin Tarantino sobre el personaje de Bill. Recuerdo haber ido a ver, una tarde de viernes, en el Cine Avenida de Palencia, una película que venía precedida de varios importantes galardones en varios festivales de Europa. Se llamaba algo así como "Las invasiones bárbaras" y trataba sobre los últimos días de un profesor universitario, gravemente enfermo, que decidía pasar sus últimas horas con su grupo de amigos recordando a Marcuse y suicidándose finalmente. Recuerdo que salí del cine tan absolutamente horrorizado, que al día siguiente, y aunque no tenía muchas referencias de ella, fui a ver "Kill Bill", que estaba interpretada por una belleza absoluta como es Uma Thurman y que supuse podría "desintoxicarme". Salí del cine esta vez absolutamente encantado, tal fue la sensación de libertad y de infancia recuperadas que me produjo. Este es el espíritu, creo, y esta la sensación al escuchar la noticia de las muertes de la rubia más guapa de la televisión de los 70 y del eterno Pequeño Saltamontes, el más sabio de los aprendices del Templo de Shaolín pero sobre todo el más delicioso malo de entre los malos en el Oeste, en el Futuro, o en la II Guerra Mundial, genial en las películas de las series B a Z... Este es el secreto que Tarantino sobre todo ha sabido plasmar en la pantalla y por habernos recuperado y dignificado estas sensaciones le estaremos eternamente agradecidos. Así pues, que los Viejos Héroes cojan fuerzas, ya que, como dice Roy Baty en "Blade Runner": "No. Nosotros nunca moriremos".







COLOMBO



Desde hace unos meses, la cadena autonómica de televisión de Castilla y León viene recuperando las aventuras del estrafalario Teniente de Homicios Colombo, interpretado en la serie de televisión de finales de los años 70 por Peter Falk. Se trata de uno de los héroes de las tardes de intriga de la cadena norteamericana NBC, que junto al Comisario McMillan y esposa (Rock Hudson y Susan St. James) y al Teniente McLoud (Dennis Weaver con sombrero y caballo) hicieron las delicias de muchos niños de mi generación, junto a muchas otras series inolvidables de aquella era mágica que si bien supuso la irrupción del espectáculo televisivo, desplazando al cine y al teatro, supuso también, como todo nacimiento, una edad dorada de guinistas e intérpretes, a la que se sumaron algunos de los mejores de toda una joven hornada de directores norteamericanos. Falk-Colombo, actor progresista, amigo íntimo de John Cassavetes, supo imprimir a su personaje, bajo la inofensiva apariencia de un sabueso de novelita policíaca de sobremesa, algunos matices que gusta uno de saborear hoy en día. Colombo es un policía de segunda fila, un tipo feo, pequeño, desharrapado, ataviado con una gabardina raida, sucia y pasada de moda, que se enfrenta, con una aparente ingenuidad e inseguridad, a banqueros, industriales, políticos, médicos, abogados o actores de renombre. Este pequeño teniente nos revela, aparte de la inevitable y previsible trama policíaca (que no supone ningún enigma porque de entrada conocemos en cada capítulo la identidad de los asesinos, sus motivos y hasta los detalles que van a hacerles caer en las redes del policía -detalles por otra parte bastante inconsistentes las mas de las veces, lo que puede hacernos sospechar que en la llamada "vida real" muchos serían absueltos ante un jurado...) sobre todo, la prepotencia del Poder y su falta de escrúpulos, cimentada sobre una cultura de la imagen: los criminales, en su primera entrevista con Colombo, creen salir victoriosos porque visten mejor, tienen mejores casas, y coches más lujosos. Por debajo del brillo aparente del dinero, en definitiva, Colombo saca a colación el valor de la gente pequeña y la enorme fragilidad sobre la que se levanta toda una civilización, la nuestra, construida, las más de las veces en sus personajes aparentemente más representantivos y preponderantes, sobre un estrepitoso y completo vacío.