Cuaderno de Bitacora - Notas y Actualizaciones al Portal de la Bruja

Monday, October 12, 2009

CHIFLADA

El viernes, creo, cenábamos con la noticia del etarra que se había entregado en Francia tras descerrajarse un tiro mientras limpiaba su pistola. Parece ser que el pobre hombre llegó maltrecho y sangrando hasta una pequeña aldea, con la ropa deshecha tras haber estado sobreviviendo en el bosque, y con las manos en alto y el cargador de la pistola en el bolsillo (para que al ser detenido se le aplicara la legislación francesa por tenencia ilícita de armas y no pudiera ser extraditado directamente a España) poco menos que clamando a voces para que le atendieran. Aparte de confirmarnos una vez más que los etarras son unas alimañas cobardes y que la lucha contra ETA sigue después de tantos años no porque ETA sea ni haya sido nunca un gran enemigo, sino porque nuestra clase política no ha tenido nunca tiempo de combatirla en serio (estaban comprando trajes, bolsos, relojes, coches de lujo y fines de semana con prostitutas en chalés de mafiosos de la construcción) yo al escuchar la noticia me acordé de Chiflada. Chiflada no lo hubiera hecho, pensé. No sé cómo habría salido del apuro, pero Chiflada no se hubiera entregado. Hubiera aguantado.

¿Puede uno enamorarse, siquiera sea de manera romántica, o platónica, de un personaje de cómic? De una pintura, sí; de una escultura, sí; pero ¿de un personaje de cómic? Pues sí, claro que sí. Lo cual nos convencería definitivamente de la entrada del cómic en el mundo del Arte con mayúsculas, si es que pudiéramos albergar todavía alguna duda al respecto.

Garth Ennis como guionista y Kilian Plunkett como dibujante, nos ofrecen en 1997 una nueva versión, dos cuadernos, sobre un personaje bastante añejo del cómic negro norteamericano, El Soldado Desconocido. En esta ocasión el personajes es sobre todo un mero símbolo en el que se personifica el papel jugado por Estados Unidos entre 1940 y 1990 como elemento imperialista y sostén de dictaduras a lo largo y ancho del mundo, con la excusa de luchar contra un mal mayor. La trama se centra en un agente del FBI que está a punto de descubrir la identidad del Soldado y de los mandos que le dirigen en sus oscuras operaciones. Éstos, naturalmente, tratan de impedírselo. Y ahí entra en escena una asesina a sueldo, fumadora empedernida, posiblemente alcohólica, tan chapucera como implacable, que nos es presentada una tarde de primavera, mientras mata el rato como puede apuntando a los viandantes con su fusil de mira telescópica desde la ventana de su apartamento, vestida con un sucio chándal, entre botes de cerveza vacíos, platos sin limpiar y un catre y un equipo de fax como único mobiliario.

Siempre me han interesado esos personajes fronterizos, que se saben en el extrarradio de las diversas ciudades del alma de los otros, que pasan ante sus ojos y que a veces se ven obligados o incluso tentados a visitar, pero sin deleite, siempre como turistas con prisa que se saben fuera de tono, lejos, siempre lejos de casa en todas y cada una de ellas. La deliciosa Chiflada, luchando hasta su último aliento, blasfemando como una endemoniada, o acurrucada en el asiento trasero del coche del agente Clyde, sus ojos de hielo, su flequillo, su silueta recortada sobre los tejados, han estado conmigo desde que la vi por primera vez entre los silenciosos tesoros de los estantes de Cómic Castilla. Incluso le he dedicado uno de mis cuentos. ¿Hablarán los personajes de los cómics a través de las palabras que nos inspiran, del mismo modo en que nos hablan las pinturas, las estatuas, o las grandes obras de la literatura universal? No, no señor, Chiflada nunca se hubiera entregado. Ella era una profesional. No una cobarde.