Cuaderno de Bitacora - Notas y Actualizaciones al Portal de la Bruja

Tuesday, August 10, 2010


YO PODRÍA HABER SERVIDO DE ALGO


En un país cuyo nombre no conocemos y en un tiempo que no se nos concreta, el joven teniente Drogo recibe su primer destino: deberá servir en la Fortaleza de Bastiano, un puesto fronterizo al borde del Desierto de los Tártaros, al otro lado del cual acecha "el Enemigo". Allí, junto a "los mejores oficiales del Imperio", Drogo esperará durante años y años, como antes que él han esperado innumerables otros, un ataque que nunca llega.

Pocas novelas como Il Deserto dei Tartari, escrita en 1940 por el italiano Dino Buzzati, y llevada magistralmente a la pantalla en 1976 por el director Valerio Zurlini, han sabido plasmar, entre otras posibles muchas interpretaciones, el paso del tiempo, el fin de las ilusiones, la monotonía mortal de la vida, los refugios a los que nos aferramos y en los que nos escondemos de nuestra propia finitud, de nuestra mezquina e inevitable pequeñez. Drogo llega a la Fortaleza lleno de ilusión, presto a enfrentarse al Enemigo y alcanzar la gloria, un joven oficial amante de la que supone vida de "aventura" y peligro (así se lo dirá a un amigo al despedirse). Pero pronto se da cuenta de que la Fortaleza es un lugar desolado, tanto física como -sobre todo- espiritualmente. Ese mal desconocido que inútilmente busca durante años con su microscopio el médico militar de la guarnición, y que según él se esconde en la suciedad acumulada en el barro poroso de los muros, y que no es otra cosa que la omnipresente sensación del vacío. El vacío de las pompas fascistas de la época, el laberinto burocrático que genera situaciones absurdas, el embrutecimiento de cierto concepto de la vida militar, pero también el de todos los reglamentos (empresariales, sociales, incluso religiosos) con los que, tratando de construir regugios donde escondernos, construimos en realidad trampas cada vez más sofisticadas que nos envuelven. El teniente Drogo tratará de solicitar otro destino... al principio. Pero después, como le ocurrió al Capitán Hortiz (maravilloso Max Von Sydow), se verá atrapado por la Fortaleza. ¿Y si me marcho y entonces sucede? El Enemigo. El ataque. La aventura. La gloria. Haber esperado tanto tiempo para ahora abandonar... Al final, la Fortaleza se convierte en la razón de ser de un viejo moribundo, el que una vez fue el intrépido teniente Drogo, convertido ahora en coronel. Un viejo que en realidad no ha hecho nada más en toda su vida que esperar. Esperar el ataque de los Tártaros.

La literatura italiana ha sabido retratar como ninguna otra el sentimiento del final de una época y del desgaste de una clase social. Buena prueba de ello es El Gatopardo. Pero en la novela de Lampedusa, subsisten la belleza y la esperanza, aunque sean una belleza vulgar y una esperanza basada en el ascenso de una clase social advenediza e ignorante. El Príncipe Salina de El Gatopardo se sabe el último de una estirpe, pero sabe también que ha vivido, o que ha tratado de vivir, y conoce el valor de su propia estirpe, aunque esté condenada a la extinción. En cambio, en las desoladas dunas y montañas que rodean Bastiano, en ese paraje mítico, trasfondo quizás de la existencia, de cualquier existencia humana, no hay lugar para la esperanza. El tiempo se ha detenido en un instante, en una foto fija, la narracion termina como empezó, con la única novedad de un ejército enemigo apostado en el horizonte, tan inmóvil como la bruma del atardecer, y son los seres humanos los que pasan y se desgastan sin dejar huella sobre las rocas del desierto. El Príncipe Salina (maravilloso también Burt Lancaster) podrá pedir, lleno de melancolía al final de la película de Visconti, que la Estrella de la Mañana le conceda por fin una cita duradera, el descanso de la muerte. En cambio, el Capitán Hortiz sólo podrá argumentarle a Drogo, antes de pegarse un tiro en el desierto, como excusa inútil de una vida sin sentido, que él "hubiera podido servir de algo en una guerra"...