Cuaderno de Bitacora - Notas y Actualizaciones al Portal de la Bruja

Monday, January 23, 2012


Santa Fe Ring Law

Pues sí, amigos míos. Entras en Megaupload y te encuentras clavado en la puerta del Saloon el cartel del Wanted del USS Marshall. Megaupload. Terrible ejemplo del ciber terrorismo organizado, según el FBI. Me pregunto si un país que ha promovido una guerra injusta en Irak sobre la base de mentiras, que ha causado cientos de miles de muertos entre la población civil, y que ha reconocido abiertamente (y no con poco orgullo) el uso de la tortura entre los prisioneros de guerra, puede, en serio, hablar de crimen organizado al referirse a Megaupload. Dicen que el resposable de Megaupload era un terrible criminal. Aducen para ello que le gustaban los coches caros y poseía armas de fuego. Cosas ambas dos, por lo que se ve, rarísimas y consideradas pecaminosas en los Estados Unidos. Asombroso. Pintoresco. Risible, si no fuera por que establece la primera piedra de lo que será, inevitablemente, la censura de los contenidos de Internet (que se lo digan a Google en China). Ya resulta intrínsecamente malvado que se establezca el principio, hablando de bienes culturales, de la herencia cultural de la Humanidad, de que sólo puede uno tener lo que pueda pagar. En dólares. Curioso becerro de oro delante del que nos arrodillamos todos, empezando por el Diario Público (los que siempre han defendido la Ley Sinde ahora dicen: ¡oh! Pero cómo nos van a cerrar nuestro periódico, sólo por cuestiones de dinero) Bardem madre, Bardem hijo, el chaval del corazón partío y residencia en el extranjero para no pagar el IRPF, la Sinde, etc. Gente muuuuuuy de izquierdas. Pero lo que de verdad resulta terrible es que nadie se pregunte cómo será un futuro en que en Internet, de verdad, sólo se puedan descargar aquellas películas, canciones, o libros, que al FBI le parezcan correctos. Porque, me pregunto, ¿qué contenidos podremos encontrar en esas preciosas ciberlibrerías de las editoriales asociadas a las empresas que fabrican ebooks? ¿Podrá uno encontrar las obras de Azaña, o de Primo de Rivera? ¿o sólo libros de cocina, los folletines de Ken Follet, el último Premio Planeta o el Libro del Buen Ciudadano escrito por Rubalcaba, o por Chacón, o por el sursumcorda? Dicen que Megaupload era un tremendo negocio que escamoteaba miles de millones de dólares a los creadores y artistas. Puede ser. Personalmente debo a Megaupload el haber conseguido las bandas sonoras de varias películas clásicas de la Ciencia Ficción. Música que otro aficionado al género como yo, al otro lado del mundo, convirtió en MP3, posiblemente desde sus viejos vinilos, por los que había pagado en su día (aunque sin darse cuenta de que los señores de las grandes discográficas quieren que paguemos cada vez que escuchamos una de sus canciones, o cada vez que las tarareamos en público) y colgó en Internet. Bandas sonoras, por cierto, descatalogadas, que no podía uno comprar en las tiendas de discos. Eso, y un par de CDs de Tom Waits, que me gustaron tanto, que luego los compré en El Corte Inglés para regalárselos a mis amigos. O sea que mira tú por donde, yo al Líder de Megaupload no le he pagado jamás ni un euro, y gracias a él y a su Web me he gastado 200 euros en discos, comprados legalmente. Y según todos estos señores soy un delincuente.

Decía el otro día Manuel Vicent que cómo sería un mundo en el que cualquiera pudiera entrar en una tienda y coger los discos y los libros que quisiera. Qué horror, qué caos, ¿verdad? El caso es que eso ya ha ocurrido. Se llama Internet, y así ha sido desde sus inicios. La gente entraba, cogía lo que quería, dejaba también muchas cosas (por ejemplo, con la posibilidad de tener un Blog gratuito y para el que no te tuvieras que identificar ante tu Gobierno, gracias a los cuales hemos sabido, desde dentro, qué sucedía en Tiannanmen, en Túnez, en Bagdad, en Sarajevo). Y no parece que haya ocurrido ninguna gran desgracia. De hecho, mucha gente hizo negocio con ese depravado paraíso del anarquismo. El que más, Bill Gates, no sospechoso precisamente de ser anarquista. A lo mejor el problema es que en ese Internet puede -podía, diremos a partir de ahora- escribir cualquiera. Cualquiera podía dejar allí su música, sus opiniones, sus ideas. No hacía falta tener un amigo en una editorial ni en la Diputación de tu pueblo para que te publicasen un bodrio mientras muchos otros buenos artistas se quedaban con sus obras en el cajón. Ahora bien, si de lo que se trata es de que, por el hecho de ser director de cine, o escritor, español y con amigos, te subvencionen un bodrio que luego en el mercado no le interesa a nadie, pero eso sí, sin que nadie que no haya entrado por ese aro te haga la competencia, entonces sí, claro: qué horror de anarquía. Escojamos en las próximas elecciones entre Chacón y Soraya, y si no hay ningún bloguero advenedizo en Internet que nos dice que eso es un horror (hemos empezado por salvaguardar los derechos de los artistas; la censura por los derechos a la buena imagen etc. vendrá luego) mejor.

Tengo entre mis aficiones la de salir al campo, y más de una vez he tenido que dar un rodeo espantoso por culpa de una valla de espino. No me gustan las vallas de espino. Ni me gusta la gente que pone en el campo vallas de espino. Es la misma gente a la que no le gusta ver a los niños de sus vecinos jugando a la pelota en un parque público, porque les parece un despilfarro de terreno, y sería mejor, dicen, hacer allí unos chalecitos adosados o un campo de golf, para que sólo puedan disfrutar del aire y del sol los que puedan pagar la cuota. Qué casualidad, el mismo día que se cerraba Megaupload el nuevo ayuntamiento de Palencia dejaba entrever que se estaba planteando transformar el Parque Ribera Sur en una ampliación del campo del Club de Golf de Isla Dos Aguas. La avaricia reluce más que el oro.

Tampoco le gustaban al Sheriff Garret de la película de Sam Peckinpah. Esas vallas que convierten en tuya la tierra cuando las plantas por la fuerza. What Law is that? Santa Fe Ring Law? Shit! The godammed law is ruinin' the country. Intuía Peckinpah, como intuia su personaje Garret, que ese nuevo mundo que se abría paso con sus regulaciones y sus leyes era en efecto posiblemente en un sentido un mundo más seguro donde vivir pero también en otro sentido uno mucho más peligroso. Tras de la ley, la trampa. También Pike Bishop se da cuenta, en la última escena de Wild Bunch, justo antes de salir del prostíbulo. Este nuevo mundo es peor que el que se acaba.

Pues ese es el camino que hemos emprendido en Internet. Al final, Pike Bishop yace muerto. Ha triunfado el Bien, el Orden, la Justicia (esa que deshaucia a ancianos y los echa de sus casas). "Bounty Hunters, Railroad Men". De momento, ganan ellos.